Ciudadano 100%
hondureño. Así se describe Enrique. A sus 34 años de edad es la tercera ocasión
que trata de cruzar la frontera para llegar a Estado Unidos; a Los Ángeles
específicamente. Motivado por la idea de conseguir un buen trabajo en la
construcción como albañil, para que su hijo de 15 años, en un futuro pueda ir a
la universidad. “Lo hago por él. Porque
quiero que él estudie. Esa es mi meta, que él vaya a la universidad y tenga una
profesión. Ya que yo, no la tuve”.
De pronto su mirada
se pierde en el horizonte. Recuerda con nostalgia a su esposa, su hijo, su casa
y lo que hasta el año pasado aún tenía. “Cuando
hubo el golpe de estado en mi país, muchos inversionistas se fueron de él por
temor a una guerra. Yo trabajaba en una zona hotelera; hablo inglés. Estudie y
me prepare cuando estuve en la Fuerza Aérea Hondureña”. A su mente vino,
que él tenía 16 años de edad cuando lo obligaron a cumplir dos años de servicio
a su patria en el ejercito. “En mi país
es obligatorio. Ahorita ya es a los 18 porque se metió Derechos Humanos”.
Con el golpe de
estado en Honduras, la economía se vio seriamente afectada. Es entonces cuando
Enrique decidió emprender este peligroso viaje. Su primer intento fue hace casi
un año; ahora esta es la tercera ocasión en que pretende llegar al vecino país.
“La primera vez, me deportaron de
Arizona; la segunda, ya me agarraron adentro. En una redada que hubo del “ice”
haya en Los Ángeles, en una fábrica de ropa, ahí me agarraron y me deportaron;
ahorita ya voy a intentarlo otra vez, (ríe)”.
Cuando es migración
de Estados Unidos la que los atrapa, los detienen antes de su deportación en un
centro de detención por 15 días o un mes; “nos
mandan en un avión especial del `Marcha’, Estados Unidos”, comentó el
hondureño. En cambio, si son detenidos por migración mexicana, son enviados en
autobús hasta su país; “en autobús de
primera, nos dan comida; la verdad migración nos trata bien. No se presta a
sobornos ni nada. No me han hecho nada, sólo lo tiran a uno otra vez para Honduras”.
Su travesía volvió
a comenzar. De nuevo su punto de partida es Honduras. Su transporte el tren.
Salió de su país hace ya 25 días, con una mochila en la que colocó abrigos, una
cobija y dos cambios de ropa; 500 dólares de los cuales entre sobornos,
asaltos, algunos camiones que ha tomado y un poco de comida, ya no le queda
nada. Pero esta vez no viaja solo, su hermano lo acompaña.
Su viaje comenzó el
14 de Octubre. De Honduras se fueron a Guatemala. “En Guatemala nosotros podemos andar porque hay un acuerdo entre los
cinco; la Hermana República de Centroamérica que son: Guatemala, Honduras, El
Salvador, Nicaragua y Costa Rica. Puedo transitar libremente con mi credencial.
Ahí no tuve problemas. Pero si uno no trae credencial, hay que rodear para que
migración no nos agarre”. En Guatemala Enrique y su hermano cruzaron a
México por Tecuma, San Marcos, un lugar que hace frontera con Hidalgo, Chipas. “En una cámara grande, un neumático, ahí lo
cruzan por un río. Cobran 10 quetzales, lo equivalente a 15 o 16 pesos”.
Fue aquí en donde abordaron su primer tren y comenzó el peligro. “Lo más duro aquí para la travesía de
nosotros es Chiapas y Oaxaca”, mencionó Enrique.
Frío, hambre,
maltratos, robos, asaltos, corrupción, enfermedades, accidentes; es lo que hay
en los recuerdo del hondureño. Recuerdos que han marcado una parte de su vida. “Hemos pasado noches terribles; en el Pico
de Orizaba Veracruz pasa el tren por 32 túneles ¡y hace un frío! Que tenía que
abrazarme con mi hermano para darnos calor”. Miró hacia su mochila que se
encontraba justo a su lado, vio su cobija, cerró los ojos y dijo: “tenemos que aguantarnos el frío”. Con
los ojos aún cerrados confiesa que en Veracruz las vías estaban en mal estado,
por lo tanto no había tren; caminaron aproximadamente 300 kilómetros, alrededor
de nueve días. Viajar por la carretera resulta peligroso porque hay retenes y
migración, por tanto, corren el riesgo de ser detenidos y enviados a su país.
No obstante, el
peligro al que se expusieron fue aún más grande. “Cuando veníamos caminando nos salieron unos rateros y como no nos
encontraron dinero, nos pegaron con unas reglas, nos dejaron todo morado”.
Una lágrima se escapó de sus ojos castaños, pero antes de llegar a su mejilla
la limpió bruscamente. Sobó su pierna derecha y levantó un poco su pantalón de
mezclilla; “me dieron como tres reglazos
sólo, porque no traía dinero”.
Pero eso fue apenas
el comienzo del duro viaje que le esperaba. En Veracruz se enfermo y fue un
Sacerdote de Playa Vicente quien lo ayudo. “Estuve
cinco días enfermo de dengue hemorrágico. Había muchos moscos y como nosotros
pasamos por pantanos; porque son cinco garitas (puestos de vigilancia) los que
tenemos que rodear. Es bien difícil y más las volantas que se ponen, las
carreras que les dicen”. La volanta es un coche abierto con una sola fila
de asientos, con varas muy largas y cuatro ruedas de gran tamaño. Enrique soltó
un suspiro y dijo: “tenemos que pasar
por pantanos, a veces por el monte, arriesgando a que nos pique una culebra; a
veces encontramos compañeros muertos en el camino”. El silencio lo ahogó.
La tristeza lo
invadió nuevamente y antes de que se apoderara de él, cambio el tema
repentinamente. “Hemos venido
trabajando. En el estado de Oaxaca trabajamos tres días en lo que es la
construcción, nos dijeron que nosotros los habíamos robado, nos culparon y no nos
pagaron. Fuimos a Derechos Humanos y empezaron un proceso, pero nos teníamos que quedar un mes o dos y
mejor nos fuimos”. Pero ahí no pararon las injusticias: “en Palomares, Oaxaca los federales me quitaron mil 500 pesos. Es un
reten que lo chequea a uno y le pide una identificación, haces como que le das
tu credencial para que la vea y él agarra el dinero”; de esta forma lo
dejaron continuar su camino, sólo para que más adelante le volvieran a hacer lo
mismo. “Los policías en un lugar llamado
Lecherías, Estado de México, me quitaron mil 200 pesos, me dijeron que me iban
a deportar y me quitaron el dinero. La patrulla es la 054 de Cuautitlán Izcalli
(México), esto fue hace seis días”. Concluyó.
El silbido del tren
se escuchó a lo lejos; segundo a segundo se volvía más alto conforme se iba acercando,
la música compuesta por sus ruedas al pisar las vías, hicieron que Enrique se
perdiera en ella. Miró sus manos ásperas por un momento y comenzó a hablar, con
un tono tan bajo que parecía que se lo decía a la soledad: “son cosas que nos pasan, puras cosas tristes. En este camino se
sufre, se sufre mucho. Aquí se tiene una cruz que llevamos cargando hasta que
lleguemos haya”.
El tren pasó frente
a él sin reconocerlo. Los ojos de Enrique se llenaron de agua. Las lágrimas
comenzaron a brotar, recorrieron sus mejillas y lentamente llegaron hasta la
comisura de sus labios desérticos. “Me
toco ver en Arriaga, Chiapas, a una muchacha; es muy triste acordarme; le corto
el pie”. Señalando unos centímetros arriba de la rodilla, continuó, “quiso tomar el tren y no pudo poner el pie
en la grada, se resbalo, se le fue el pie para adentro y se lo corto. ¡Es muy
triste! A otro muchacho lo partió”. Este último accidente ocurrió en
Iztepec, Oaxaca y fue el más impactante, pues al joven lo partió el tren en dos
por la cintura. Pero ellos también vivieron en carne propia los accidentes; es
la primera vez que su hermano hace este viaje y fue él a quien el tren le hizo
una mala jugada: “A él le da miedo. Nos
hemos venido partecitas en autobús porque le da miedo el tren, ya lo ha
arrastrado”. Afortunadamente sólo fueron unos raspones en la espalda. Su
accidente no tuvo mayores consecuencias. Sin embargo, el hondureño tiene la
esperanza de juntar algún de dinero durante su estancia en Ocotlán, Jalisco
para viajar en autobús hasta Guadalajara, “no
quiero que le vaya a pasar algo”, comentó mientras limpiaba las últimas
lagrimas.
Un halo de
esperanza lo invadió repentinamente, su mirada cambió por completo y su
tristeza se esfumo por un instante. “Ya
por acá es más tranquilo, ya casi vamos a llegar, estamos cerca de lograrlo.
Hay que llevar la fe siempre, hay que ser optimistas, hay que tener la fe en
Dios. Todos los días me comunico con él, es una comunicación muy bonita”.
Su mirada se eleva al cielo, un suspiro salió desde su corazón y no pudo evitar
pronunciar: “gracias a Dios no nos ha
pasado nada; vamos bien, vamos bien”.
Si todo resulta conveniente,
en seis días aproximadamente Enrique y su hermano estarán en la frontera norte.
Una vez ahí, comenzaran otra travesía, pero esta vez, no habrá tren, las vías desaparecerán
y sólo existirá arena bajo sus pies. “Buscamos
un coyote que nos cobra dos mil 500 dólares. Atravesamos el desierto tres
noches. Camina uno la primera noche, siguiendo a un guía. Lo levanta a uno una
troca y después otra vez a rodear migración. Caminas otras dos noches y ya el
último levantón; ya de ahí lo llevan para Arizona y haya lo trasladan a Los
Ángeles a una casa y ahí ya va el familiar o un amigo”. En su caso, será
una hermana quién los recoja una vez que hayan logrado cruzar la frontera. Su
hermana tiene ya 20 años en Los Ángeles, ella cuenta con un permiso temporal,
CBP por sus siglas en inglés. Será ella la que pague al coyote y quién les
ayude con un trabajo, pues es dueña de una compañía de servicios de limpieza. “A ella le va bien, tiene una pequeña
compañía de limpieza, limpia casas, oficinas, a eso se dedica ella. Ahorita
vamos con ella a trabajar para echarle la mano y vaya haciendo más grande la
compañía, primero Dios”.
La esperanza es la
última que muere. Este duro viaje formará parte de sus memorias. Pero entre las
cosas malas que le ocurrieron y las que quizá le faltan por pasar, Enrique no
olvidará que los mexicanos fueron un gran apoyo: “Yo estoy agradecido con la gente, es muy bondadosa aquí en México. Que
Dios me los bendiga a todos los mexicanos”, mencionó lanzando una bendición y
continuó su camino rumbo “al sueño americano”.